
Moncloa, Palau y tiempo hasta el 2027: el triplete del PSOE con la ley de amnistía
Pedro Sánchez ha hecho a Puigdemont rehén de la ley de amnistía
Según David Madí, antigua mano derecha del presidente Mas, la cultura política catalana tiene un problema histórico. Este problema no es otro que Cataluña nunca ha entendido el lenguaje del poder. España, en cambio, dice Madí, tiene una “cultura de poder admirable”, que explica su supervivencia histórica.
Si miramos los últimos diez años, la tesis de Madí resulta innegable. Una vez colapsado, el procés se ha revelado como un gran fraude social y político. Nadie estaba preparado para montar un Estado y afrontar un conflicto con otro Estado. El procés era más bien era una partitocracia autonómica que huía hacia adelante, en connivencia con una enorme red de intereses, empezando por la prensa.
Esto es lo que explica que España desarticulara el procés sin demasiada dificultad; con el artículo 155 y los tribunales fue suficiente. Esta desarticulación abrió una época extraña en Cataluña, que abarcó desde la presidencia de Torra hasta las últimas elecciones autonómicas. Fueron aquellos años en los que Puigdemont dio orden a Junts de convertirse en un actor (auto)marginado de la política española.

Ahora bien, las últimas elecciones generales cambiaron este panorama por caprichos del azar. Con unas de las llaves para dar vida a Frankenstein, Puigdemont cambió de rumbo y se hizo socio de gobierno del PSOE. Sin perjuicio de que, de cara a la galería, fuera un socio combativo y correoso. Pero lo importante de la relación entre Junts y el PSOE era la ley de amnistía.
En un principio, el procesismo vendió la ley de amnistía como un doble logro. Por un parte, significaría una derrota de España en la década procesista. Por otra parte, permitiría la resurrección política de los líderes independentistas para continuar así con el conflicto. Pero nada más lejos de la realidad.
“La amnistía no entra en la Constitución española”
Por ahora, el único beneficiado de facto de la ley de amnistía ha sido Pedro Sánchez. Estamos ante un nuevo capítulo de la tesis de Madí: entender o no el lenguaje del poder. El PSOE lo ha entendido, y el procesismo (Puigdemont en particular) no. Y los hechos no engañan: en estos momentos, el PSOE concreta más poder que nunca.
La prioridad del PSOE nunca fue construir un Gobierno sustancial y con un proyecto político profundo, sino llegar al poder y mantenerlo. La demostración de esto la encontramos en los innumerables “cambios de opinión” del PSOE en casi todas las materias. Sobre la amnistía, por ejemplo, Pedro Sánchez que no "cabe en la Constitución":
Y cabe recordar que Pedro Sánchez aseguraba al principio de su carrera como secretario general del PSOE que se encargaría de traer de vuelta a Puigdemont a España. Pero lo llamativo del caso es que Puigdemont era consciente del perfil de Sánchez. De hecho, fue Puigdemont el que dijo que “no haría presidente a Sánchez” porque “es un tío al que no le comprarías un coche de segunda mano”:
En este sentido, el PSOE interpretó la ley de amnistía como otro cambio de opinión necesario para mantenerse en el poder. El único riesgo de otorgar la amnistía estaba en la cuestión temporal. Es decir, darle la amnistía a Puigdemont y que este después dejara caer al Gobierno. La solución a este problema estaba en los tiempos judiciales. Y en eso es en lo que nos encontramos ahora.
El PSOE recoge frutos y Puigdemont se queda con hambre
Todo apunta a que la justicia europea se pronunciará sobre la ley de amnistía alrededor del año 2028. Pero la clave está en todo el camino previo, y que el PSOE tenía muy bien medido. Porque, antes de llegar a Europa, había que pasar por el Supremo y por el Constitucional. Políticamente hablando, esto se traducía en algo que beneficiaba al PSOE y perjudicaba al procesismo: tiempo.
Más concretamente, el tiempo suficiente para que ninguno de los socios forzara un adelantamiento electoral. Paralelo a esto, el PSOE no ha dudado en darle al procesismo todo el crédito que le pidiera; otra cosa es en que condiciones llegaba ese crédito. Hablamos del catalán en Europa, del traspaso de Rodalies, de las competencias de inmigración, de la hacienda catalana, etc.

Y, para hacer todavía más sangrante la diferencia estratégica entre PSOE y procesismo, no hace falta salir de Cataluña. En un contexto de profundo desengaño social, la población catalana entendió la amnistía como un gesto del PSOE para calmar los ánimos. Esto se ha traducido en un torpedo directo a la línea de flotación procesista: la pérdida de la Generalitat.
Esta es la razón por la cual la Moncloa promocionó a Illa de ministro de Sanidad a candidato en Cataluña. Una figura tranquila y moderada para capitalizar la amnistía de Sánchez en Cataluña. Y, mientras tanto, Junts se cuece en la oposición gracias a la dura competencia de Aliança Catalana. Y en la medida en que Puigdemont no tumba a Sánchez, Junts no puede presentarse como más independentista que Orriols.
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