Este es el color exacto del Sol y no es amarillo: la NASA cuenta al fin la verdad
El Sol no es amarillo y, de hecho, tampoco la Luna
El Sol, el astro que da vida a nuestro planeta, no es el amarillo brillante que siempre pensamos. Durante siglos, hemos visto al Sol como una esfera cálida y dorada en el cielo. Sin embargo, lo que percibimos no es la realidad. La ciencia ha revelado que el color real del Sol es muy diferente al que imaginamos.
Aunque en la Tierra lo vemos de color amarillo, el Sol, en realidad, tiene un tono mucho más cercano al blanco. ¿Por qué, entonces, lo vemos de color amarillo? La respuesta está en nuestra atmósfera. El aire y las partículas que lo componen dispersan las longitudes de onda de la luz solar, y el color amarillo es el que llega con mayor claridad a nuestros ojos. Este fenómeno ocurre debido a cómo la luz interactúa con la atmósfera terrestre.
Si pudiéramos observar el Sol desde el espacio, lejos de la atmósfera, lo veríamos blanco. Esto se debe a que la luz solar contiene una gama de colores que nuestros ojos perciben de manera diferente según el entorno. La luz solar es un espectro amplio que va desde los rayos infrarrojos hasta los rayos gamma. Sin embargo, la mayor parte de la energía del Sol se emite en una longitud de onda que está cerca de los 500 nanómetros, lo que corresponde a la luz azul-verde.
El verdadero color del Sol
El color amarillo que asociamos al Sol es una ilusión provocada por la forma en que nuestros ojos y cerebro procesan la luz. La temperatura de la superficie del Sol, que es de aproximadamente 5.800 grados Kelvin, también juega un papel importante. Si el Sol tuviera una temperatura más alta, la luz que emite sería más azul, y si fuera más baja, emitiría más luz roja. A pesar de esta diversidad de colores, el Sol parece amarillo para nosotros debido a cómo la luz se dispersa en la atmósfera.
La explicación científica que da la NASA detrás de este fenómeno es fascinante. Nuestros ojos tienen tres tipos de conos que detectan diferentes colores: rojo, verde y azul. Cuando miramos al Sol, cada uno de estos conos se activa con los diferentes colores de la luz solar.
El cerebro, al procesar esta información, mezcla los colores percibidos y nos presenta una imagen del Sol que, en realidad, no refleja su color real. En lugar de ver todos los colores que el Sol emite, vemos una mezcla que nos parece amarilla debido a la interacción con la atmósfera.
Si estuviéramos en el espacio, fuera de la atmósfera, el Sol no aparecería amarillo, sino blanco, como una esfera radiante de energía. Esta es la verdadera naturaleza del Sol, aunque nuestra percepción de él siga siendo dorada. Este descubrimiento es un recordatorio de lo mucho que nuestra percepción está influenciada por el entorno. Es decir: a veces, lo que vemos no es exactamente lo que es.
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